Por
Romina Pintos
Abordar
a Heidegger es una tarea compleja; él, filósofo alemán del siglo XX, ha escrito
sobre temas de diversa índole, y así mismo ha reflexionado sobre una variedad
de cosas que atañen al ser y al tiempo en la tierra, remontándose al idealismo
alemán (cuyo precursor fue Immanuel Kant), en estas breves líneas se intentará
llegar a una de las tantas reflexiones que ha tenido sobre otros autores (en
este caso Hölderlin y Rilke) acerca de lo mencionado, el ser.
Su
texto comienza hablando sobre Hércules, Dionisio y, por supuesto, Cristo,
acerca de la partida de aquellos, y de cómo la tarde se convirtió en noche por
ello (refiriéndose a “Pan y Vino” de
Hölderlin). Hace referencia a la falta
de fe (por medio del alejamiento de Dios), que a través de esa falta llega al
mundo la tiniebla de la noche. Sin embargo, esta carencia no niega la
permanencia de una relación cristiana con Dios ni juzga despectivamente la
relación con él. Aunque con el
alejamiento de la divinidad viene algo peor que las penumbras, se trata de la
muerte del esplendor divino, una extinción de la llama clásica. Heidegger
menciona esta falta divina como la noche del mundo, como un momento empobrecido
porque no siente la falta de Dios. Para sobrellevar esa noche es necesario
experimentar y soportar el abismo, considerando necesario que algunos lo
alcancen.
A
propósito de lo sentenciado, se dice que la oscuridad de la noche es larga, que
es en la medianoche donde reina la mayor penuria. Ese tiempo pobre ni siquiera
advierte su carencia, se vuelve tenebrosa pues aparece solo como una necesidad
que debe ser cubierta. Los mortales cambian cuando se encuentran con su
esencia, se la toma como una aproximación a la ausencia, ya que se sienten
apuntados por la presencia (el ser), pero la presencia también es ausencia, por
ella se oculta.
Yendo
un poco más lejos es posible decir que los poetas son aquellos que siguen las
huellas que han dejado los dioses, a través del canto al dios del vino, para
luego encaminar a las demás personas hacia el cambio. Esto lo lleva al Éter,
único elemento divino de los dioses, lo sagrado. Vuelve a los poetas, a las
penurias, pues ellos por medio de su canto prestan atención al rastro que han
dejado los dioses huidos; así llega a la conclusión que Hölderlin considera esa
noche como la noche sagrada. Ellos, a partir de los tiempos de penuria,
convierten la poesía, su oficio y vocación, en una cuestión poética; es parte
de su esencia. Es por eso que «los poetas en tiempos de penuria deben decir
expresa y poéticamente la esencia de la poesía». A su vez, los tiempos de
penuria no son solamente por la muerte de Dios, sino además porque los mortales
desconocen su propia condición mortal, es más, no están capacitados ni en
condiciones para entenderla; ya que no
son dueños de su esencia, sin mencionar que la muerte se resguarda en lo
ininteligible, igualmente ocurre con el amor, el cual no ha sido aprendido por
los mortales. El misterioso sufrimiento permanece oculto. Sin embargo, menciona
que los mortales son en la medida en que hay lenguaje. Volviendo al tema de las
penurias podemos decir que «el tiempo es de penuria, porque le falta el
desocultamiento de la esencia, del dolor, la muerte y el amor.». Sin embargo,
incluso la penumbra es pobre, pues evita la esfera esencial a la que pertenecen
dolor, muerte y amor.
A
continuación se habla del ser de lo ente, que es la voluntad; la reunión que se
concentra a sí misma, dice que cada ente está en la voluntad y que no solamente
es en cuanto a algo querido, sino que es él mismo en cuanto al modo de la
voluntad. Lo explica como « Solo en cuanto algo querido es a su vez lo que
quiere, siempre a su modo, en la voluntad.».Sabiendo que lo ente tiene relación
con la voluntad, vamos a ver cómo el hombre llega más profundamente al
fundamento de lo ente que ningún otro, dejando claro que su fundamento es el
ser.
Este
fundamento consiste en que el ser abandona al ente en el riesgo (el auténtico
riesgo). Así concluye que todo ente es arriesgado, por eso es abandonado a él;
asegurando que lo ente es en la medida que se encamina junto con el riesgo que
es abandonado. Por otra parte menciona que la naturaleza arriesga a los seres
vivos sin proteger a ninguno en particular, ni siquiera al hombre. Afirma el autor
que la protección es lo que impide que el peligro afecte a lo amenazado, evita
que llegue a alcanzarlo. Así, lo protegido es confiado al protector, siendo lo
desprotegido lo que no es querido. De esta manera, tanto las plantas, como los
animales y los hombres en la medida que son entes, afirman que no están
propiamente protegidos; y así como son diferentes, también lo es su perspectiva
de la desprotección.
A
partir del peligro define la palabra “balanza” la cual significa algo así como
peligro, solamente para volver a explicar la situación en la que se encuentra
el peligro en cuanto al ente, declarando que «solo en la medida en que lo
arriesgado reposa seguro en el riesgo, puede seguir al riesgo concretamente en
la desprotección de lo arriesgado.», afirmando que no solo no lo excluye sino
que además lo incluye necesariamente. El ser atrae así hacia él a todo ente
como centro, lo mantiene como lo arriesgado. Pero este centro al mismo tiempo
se aleja de la relación, abandonándolo al riesgo, es ahí donde se oculta la
voluntad pensada por medio del ser. Se hace necesario mencionar que el querer
bajo la forma de autoimposición dentro de un mundo permitido únicamente bajo
estándares de voluntad, es la que constituye el peligro; amenaza a la esencia
del hombre en relación a su propio ser. A veces el hombre es incluso más
arriesgado que la propia vida, pensando que la vida es lo ente de su ser, la
naturaleza. En la medida que el hombre se atraviesa en su autoimposición y se
instala por medio de la objetivación intencionada frente al peligro, causa su
propia desprotección. Así mismo el riesgo más arriesgado es quien nos crea una
seguridad en lo abierto. El riesgo más arriesgado del querer dispuesto no
fabrica nada, solamente recibe y da lo recibido; lleva a cabo pero no produce. El
riesgo, por el contrario, no elimina la desprotección autoimpuesta
intencionalmente, el ser permanece desprovisto de protección en la medida que
esté en medio de lo ente. No obstante, el hombre permanece relacionado con la
protección desde el punto que carece de ella, esto lo lleva a estar dentro de
la protección. Algo que debe mencionarse es que la desprotección resguarda en
la medida en que la volvemos hacia lo abierto.
Continúa
diciendo que lo que Rilke experimenta como abierto es justamente lo cerrado,
quiere decir que es lo que sigue el camino hacia lo ilimitado, de tal manera
que no puede toparse con absolutamente nada. Así mismo asegura que la
limitación dentro de lo ilimitado nace de la representación humana y que lo que
se halla en frente no le permite al hombre estar inmediatamente en lo abierto,
quiere decir que descarta al hombre del mundo pero al mismo tiempo lo sitúa en
él, siendo el mundo lo ente en su totalidad. Si volvemos la desprotección hacia
lo abierto, entonces la invertiremos en su esencia, la volveremos hacia el más
amplio círculo. Aunque ello no significa que se deba mutar el no en un sí, sino
que reconocer lo positivo como lo presente, lo que está frente a nosotros. A
partir de esta afirmación surge la pregunta: ¿Quiénes somos nosotros?, pues
bien, nosotros somos aquellos que quieren, los que instauramos el mundo como
objeto de manera intencional. Heidegger dice que la interioridad del espacio
interno del mundo es lo que nos libera de lo abierto, y que solo lo que retenemos
internamente es lo que permanece en la memoria; que en eso interior somos
libres más allá de la relación con los objetos y que nos protegen en apariencia
nada más. En esa interioridad existe una seguridad que por demás se encuentra
fuera de toda protección.
Lo que Rilke quiere decir con el término “lo
abierto” es explicado por medio de una carta que él le envió a un lector ruso,
en la cual explica que el concepto abierto es la conciencia que sitúa al animal
en el mundo sin que deba enfrentarse a él de manera permanente, dice que
solamente está en el mundo, a diferencia de las personas que estamos ante el
mundo por la intensificación de la conciencia. Deja claro que con “lo abierto”
no se refiere al cielo, al aire o el espacio, ya que para quien los contempla
son objetos y por tanto objetos opacos y cerrados. Dice que el animal y la flor
son todo eso porque no se dan cuenta y por eso tienen esa libertad, esa
apertura; que en el caso de los humanos tenga un equivalente en los primeros
instantes del amor, cuando uno ve reflejada en el otro su propia amplitud o la
exaltación a Dios. La relación con lo abierto es una superposición
inconsciente, ansiosa y atrayente en la totalidad de lo ente. Con el aumento de
la conciencia también crece la forma de enfrentarse a los objetos. Cuando mayor
es el nivel de consciencia, más excluido se ve el ser consciente, por eso el
hombre está ante el mundo y no en el mundo. De esta manera el hombre sitúa ante
sí el mundo y se emplaza ante él; es decir, el hombre dispone el mundo en
relación hacia él y atrae a la naturaleza para su propio beneficio. Así lo
abierto se convierte en objeto y es llevado hacia el hombre. Lo mismo ocurre
con las relaciones entre ellos mismos, pues se exhibe a sí mismo y se instituye
como quien impone esas producciones intencionalmente. Traer algo ante sí de tal
modo que eso determine desde todos los puntos de vista es un rasgo fundamental
de lo que se conoce como querer. Tomando ese querer como la producción
deliberada del sentido de objetivación. El hombre moderno se instala como el
productor de ese querer, teniendo sobre eso un dominio incondicionado, todas
las existencias objetivas quedan autoimpuestas por su mandato. De esta manera
el hombre se transforma en su propio material atado por las metas propuestas.
El hecho de que el hombre se convierta en sujeto y el mundo en objeto es una
consecuencia de la esencia de la técnica que se establece a sí misma. La
humanidad del hombre y el carácter de cosa de las cosas se diluye en el valor
mercantil que mercadea dentro de la esencia del ser y conduce a todo ente al
comercio.
La
amenaza que afecta a la esencia del hombre nace a partir de ese quererse a sí
mismo, se encuentra amenazado a su sentido esencial, se encuentra necesitado y,
al mismo tiempo, carente de protección. Entonces el hombre no solo se encuentra
fuera y ante lo abierto, sino que se apartó de la «pura percepción», este
desviamiento no es de…, sino frente o contra…
Se
ha hablado mucho sobre el ser, pero ¿Qué es el ser?; Heidegger responde que es
estar presente en el desocultamiento, asegurando que lo único que está
verdaderamente presente es la propia esencia que en todas partes es lo mismo,
es la esfera. Menciona que lo esférico es el centro desocultador que resguarda
lo que está presente. Lo esférico tiene el carácter de iluminar lo
desocultador, así lo presente puede llegar a ser presencia. Esa esfera debe ser
pensada como el ser de lo ente, en su sentido iluminador. En cuanto a
desocultadora no rodea, sino que iluminando libera la presencia. Se debe pensar
en lo esférico como el estado inicial del ser con el sentido de presencia
desocultadora.
En
lo que respecta a lo esférico, Heidegger cita una carta escrita por Rilke la
cual dice que la vida, al igual que la luna, siempre tiene una cara oculta, que
no es su antagónico, sino que es lo que le falta para alcanzar la perfección.
Esto indica que Rilke ya pensaba en el ser como algo esférico. Ahora bien, esa
parte oculta de lo esférico sería la muerte y el reino de los muertos, es
decir, eso desconocido forma parte de la totalidad de lo ente. Lo que completa
la percepción de lo abierto. El filósofo dice que parece ser algo negativo,
pero no lo es, que la autoimposición de la objetivación técnica es la negación
permanente de la muerte. De esta manera la muerte se convierte en algo
negativo. La vuelta hacia lo abierto es la renuncia a leer negativamente algo
que es.
Pensando
en la esfera de la desprotección se llega a la conclusión que ella es lo
invisible o interno de la consciencia. La esfera de lo invisible (o interno)
determina la esencia de la desprotección, no obstante, también la manera en la
que ha sido invertida dentro del círculo.
Llega
a una reflexión más sobre lo interno a través una teoría de Pascal, quien dice
que lo interno y lo invisible del ámbito del corazón no es solamente más
interno que lo interno, por ello más invisible, sino que al mismo tiempo
alcanza más lejos que los objetos únicamente producibles; y que es solo en la
más profunda interioridad donde el hombre se siente inclinado a amar a los
antepasados, los muertos, su infancia, etc. De esta manera dice que el más
amplio círculo de lo ente se torna presente en el ámbito interno del corazón.
Por
otro lado solo se puede superar a sí mismo el ser. Según esto, el ser es el
único capaz de superarse a sí mismo, aunque esa superación no va más allá, por
el contrario, vuelve a sí misma y a la esencia de su verdad, él mismo se
transforma en su dimensión. El ser atraviesa él mismo su ámbito por el hecho de
presentarse en la palabra.
Llegamos
entonces a una etimología conocida; hablemos sobre el lenguaje: pensemos que es
la casa del ser, por lo que solo es posible llegar a lo ente por medio de las
palabras (el lenguaje). Todos los seres están en lo ente y a su vez en el
recinto de la lengua. Toda la espera de la presencia se encuentra en el decir.
El ámbito de la desprotección está dominado por la razón, la cual no solo ha
establecido para su decir un sistema especial de reglas, sino que además la
lógica de la razón es ella misma la organización del dominio de la
autoimposición intencional en lo objetivo. Llegamos a este punto pues es una
forma de resguardar que concierne al hombre en cuanto es ser que posee lenguaje
y se toma desde un principio al lenguaje solamente como un arma que se tiene a
mano, como algo que maneja para su presentación y su conducta. Algo importante
que decir sobre esto es que en la medida en que la creación de una seguridad
procede de los que arriesgan más, éstos tienen que arriesgarse al lenguaje. Sin
embargo, los que arriesgan más, también arriesgan el lenguaje.
Concluimos
que los más arriesgados son los más decidores, del mismo modo que los rapsodas,
ya que su canto se escapa de toda intención autoimpuesta. Así, pues, son los
poetas aquellos más arriesgados, pero no cualquier poeta, sino aquellos que
vuelven la desprotección hacia lo abierto. Es claro al decir, que si querer
sigue siendo autoimposición, entonces ellos no quieren nada, porque son más
dispuestos. Los poetas se encuentran siguiendo las huellas de lo sagrado porque
experimentan la falta de salvación. Lo característico que distingue a estos
poetas es que la esencia de la poesía se torna para ellos en algo cuestionable,
porque se encuentran poéticamente en el rastro de lo que hay que decir, de lo
salvo. Rilke llega a la pregunta poética que dice cuándo habrá un canto que
cante esencialmente. Esa pregunta no se encuentra al inicio del camino poético,
sino que está allí, donde Rilke se encuentra, al final de la era donde él se halla,
que no es ni decadente ni está en declive. Por otra parte, Hölderlin es el
precursor de los poetas en tiempos de penuria, aunque el precursor no se
traslada hacia un futuro, sino que regresa de él. Por lo tanto « Si el
precursor no puede ser superado, tampoco puede perecer, porque su poesía
permanece como algo que ya ha estado presente. Lo que de este modo supera de
antemano toda caducidad. Lo que solo es pasado, ya es, antes de su paso, lo
carente de destino. Por el contrario, lo que ya ha sido es lo destinal. En lo
supuestamente eterno solo se esconde algo caduco y echado a un lado, retirado
al vacío de un ahora sin duración.»
Por
lo tanto ¿Para qué penurias en tiempos de poetas?...