¿Quién,
si yo gritase. Me oiría desde los coros
de los ángeles? Y si uno de repente me tomara
sobre su corazón: me fundiría ante su
más potente
existir. Pues lo bello no es más que
el comienzo
de lo terrible, que todavía soportamos
y admiramos tanto, porque, sereno,
desdeña
destrozarnos, Todo ángel es terrible.
Rainer
María Rilke
Los
estudios literarios tienen como punto de partida la “interpretación” y análisis
de las obras literarias mismas. Es por eso que el presente trabajo consta de un
análisis interpretativo de “Lo fatal” de Rubén Darío, extraordinario texto que
refleja la crisis existencial del hombre contemporáneo. A mi entender, la
crisis del ser humano moderno, (en la época en la que vive Darío) y la de los
seres humanos postmodernos, más aún es la angustia por la intrascendencia
de nuestra existencia que nos toca vivir en estos días. Si bien la “interpretación”
no quiere decir que se recorte la obra literaria de su contexto cultural. Al
contrario, las obras literarias no están fuera de la cultura sino que la
coronan. El crítico uruguayo Ángel Rama sugiere que la energía dinámica
de la cultura es capaz de seleccionar, autónoma e intencionadamente, ciertos
materiales para su reelaboración. De ahí que Rama toma el concepto de
transculturación del antropólogo cubano Fernando Ortiz, autor del influyente
ensayo “El contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar” (1940).
Ángel
Rama en su prólogo sobre la poesía de
Rubén Darío dice: hay en su poesía
una reiterada experiencia según la cual las palabras son elegidas por la
analogía sonora mucho más que la semántica, lo que explica el continuo rizo de
las aliteraciones, las rimas interiores, las repeticiones y redobles, esa
sensación de inagotable fuente musical, tan poderosa como hasta autónoma del
mismo autor arrastrado por el hedonismo sonoro, que autoriza una lectura del
verso en que se disuelven los significados o al menos se disgregan sus límites
precisos y se está frente a la enigmática semiótica de una orquesta cuyas
posibilidades de significación parecen tan infinitas como indeterminables[1].
Darío se ha destacado por ser uno de los
propulsores del Modernismo con filo crítico, esta corriente se materializó en
literatura, pintura, escultura, música, arquitectura, diseño y artes gráficas. Marcando
una estética que se rebela contra los cánones del positivismo imperante. Este
movimiento literario surgido a fines del siglo XIX en América Latina con
influencias del simbolismo y parnasianismo francés en un contexto
socio-histórico en el que la hegemonía económica inglesa pasaba a manos de
Estados Unidos y donde los países latinoamericanos, cuyas ciudades se
desarrollaban rápidamente, comenzaron a importar productos, a volverse
cosmopolitas y parecidos a Europa o a EE.UU. Además surgió la necesidad de
devolver al idioma sus virtudes originales, que aportaran mayor expresividad,
en otras palabras, una vuelta a los orígenes del lenguaje. Tarea de la que se
ocuparon los modernistas a través de la poesía basada en la métrica y con el
uso de extranjerismos, neologismos y arcaísmos. Su preocupación fue
principalmente de la forma, de esta manera recurrieron a la mitología
grecorromana, y construyeron mundos palaciegos.
Toda
la cultura de la época refleja malestar e inquietud, experimentando una crisis
de la conciencia de fin de siglo, Sartre ya lo decía, el escritor tiene una
situación en su época; cada palabra suya repercute. Y cada silencio también. Cada
época descubre un aspecto de la condición humana, en cada época el hombre
decide de sí mismo frente a los demás, al amor, a la muerte, al mundo[2]. Darío ya entendía
que para hacer literatura se debía respetar primero el estatuto auto-contradictorio
de esta misma. La historia tiene que hacerse cargo de la verdad y la falsedad
del conocimiento que la propia literatura nos entrega de sí misma. La
literatura entraña una aporía.
En “Lo
Fatal” además de su belleza formal, encontramos una profunda y explícita
reflexión sobre lo trágico de nuestra existencia. Lo irresoluto de nuestro
devenir y la consecuente angustia existencial. No dice Darío:
Dichoso
el árbol, que es apenas sensitivo
y
más la piedra dura porque esa ya no siente
pues
no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni
mayor pesadumbre que la vida consciente.
Ante
los versos de la primera estrofa no podemos darnos el lujo de ser críticos
ingenuos ni perezosos. No podemos quedarnos solo con lo que dice el texto o lo
que éste sopla. Ni menos buscar una correcta interpretación de su “mensaje” ya
que no hay una correcta interpretación ni una idea literal que buscar, solo hay
mejores interpretaciones que otras. El texto es más de lo que él mismo dice y
nos da a conocer. Una crítica nueva no puede quedarse con el discurso
manifiesto del texto. Debe ir hacia el reconocimiento de la sombra en la obra.
En otras palabras debemos preguntarnos ¿qué NO dice la obra? La lectura atenta
está consciente de la doble naturaleza del lenguaje, es decir, un discurso
hacia el interior y el exterior de la obra misma. La primera lectura es siempre superficial y no logra
dilucidar esta doble naturaleza del lenguaje, ya que, va solo hacia lo
referencial, lo explicito, sin embargo una lectura profunda es a lo que definitivamente
hay que apuntar. Buscar ese mecanismo, a lo que Rama llamaría “bifronte”.
El
lenguaje es la heideggeriana casa del ser. Esta casa es fugaz, confusa, borrosa
y endeble. Pero como sea es nuestra casa y es un espacio de nuestra anagnórisis.
Ya Darío dialogaba con Heidegger, aquí unos versos de “Lo fatal”:
Ser
y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror...
y el temor de haber sido y un futuro terror...
La
metafísica nos proporciona los ingredientes de las indagaciones de la filosofía
del lenguaje y de la ciencia del lenguaje, pero existe una decadencia del
lenguaje y esto es quizá solamente una consecuencia de la amenaza a la esencia
del hombre, amenaza que viene de otro origen. Ella surge del olvido del ser.
Cada “algo” que se nombra es un “ente”.
Entonces el ser regala primeramente al ente la posibilidad de tener una
significación. En otras palabras el ser dota al ente con estas significaciones.
La palabra podría, pertenecer a la verdad del ser, entonces solo podría
hablarse acerca de la palabra a partir del pensar inicial del ser. Heidegger lo
pensaba así: “En todo caso, en un sentido inicial, la palabra <ser> es la
palabra auxiliar por antonomasia, la
medida en que primeramente auxilia al lenguaje a llegar a ser él mismo, también
allí donde esta palabra inaparente se rezaga en el ocultamiento de la inicial.”
El
problema del ser, es el problema principal de la ontología occidental. Los
grandes filósofos casi sin excepción se han interrogado al respecto sobre esta
disyuntiva. Si establecemos algunos hitos en su arqueología vamos a
encontrar el aporte fundacional de Parménides (con su poema del ser: donde
empieza todo), a Platón y Aristóteles, Descartes, Kant, Hegel,
Nietzsche, Heidegger, Camus y a
Sartre que con sus reflexiones han tratado de explicarnos lo inexplicable.
Al
igual que Heidegger el Haiku, pretende y busca el mismo fin que es llegar al origen
de las cosas, a su esencia. Sin embargo, para adentrarnos en el ser y descubrir
su esencia debemos ir al pensamiento presocrático y a la poesía. Heidegger
critica y dice que a partir de Platón se
ha olvidado la verdadera pregunta del ser, lo originario y esencial, y se ha
optado por el estudio del ente, lo sensible y lo mundano. Es por esto que el
haiku pretende erradicar esta confusión que tanto critica Heidegger. Y una de
las características de esta poesía, es que todas las cosas en ella, participan
de lo espiritual de la naturaleza igualmente que las ideas del filósofo alemán.
Se
debe eliminar la concepción que ya establecieron Platón y Aristóteles, en el
sentido en que la verdad para ellos, no es otra cosa, que un carácter del ente,
en la medida que se nos hace presente. Este tipo de pensamiento es el que se ha
impuesto a lo largo de toda la historia de occidente a causa de la metafísica.
No obstante, Heidegger da una repuesta a la problemática del ser y aclara que
solo existe un ente que puede preguntarse por el ser y su sentido, y este no es
otro que el Dasein o “ser en el mundo” El ser no es algo que acontezca más allá
de los propios entes sino que necesita de éste para ser él mismo. El Dasein es
un ser inaprensible, porque no pertenece a la realidad compartida y
convencional, por lo que tampoco puede
ser analizado ni abordado como un Ser. El Dasein no es un ente, sino un existente. Está
restringido a cada ser humano, es decir, es individual: no hay un Dasein
colectivo. Y dentro de esta individualidad, se dice que el Dasein es el único Ser que se libera a sí mismo, porque se
libera de las circunstancias para dar curso a su esencia: existir. Como el Dasein
es individual, la experiencia de la muerte también es única. Aunque el
individuo experimenta la pérdida de otros –la muerte de los otros- nunca es la
suya, por lo tanto, no puede
aprehenderla: las experiencias de otros no le ayudan a comprender las
propias, es por eso que “la muerte es siempre la propia muerte” de esta manera
también lo pensaba el poeta alemán Rainer María Rilke, la vida es propia a la
igual que la muerte.
A
esta altura de nuestro análisis se nos presenta otro nudo crítico en el poema
de Darío. Ya no es solo el olvido del ser, sino el olvido de Dios. Ya lo había
adelantado Hölderlin en “Pan y vino” De
esta manera Rubén Darío también dialoga con Hölderlin, algunos versos de “Lo
fatal”:
Y el
espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por
lo que no conocemos y apenas sospechamos
y sufrir por la vida y por la sombra y por
lo que no conocemos y apenas sospechamos
Si
de algo estamos seguros es de nuestra muerte, pero también nos produce espanto
porque no sabemos a dónde vamos, por lo
tanto no hay una idea del más allá. Heidegger en su obra “¿Y para qué poetas?”
dice que con la venida y el sacrificio de Cristo se inaugura el fin del día de
los dioses. Pero ¿dónde están los dioses? Existe un fin de la manifestación
divina, el fin del día de los dioses; un olvido sagrado. Sin embargo el
recuerdo de lo ausente no termina con la
huída en el pasado, ni con la ilusión de repetirlo, sino con un saber claro del
presente. Como consecuencia si podemos olvidarnos de los dioses es porque ellos
se han ido. Heidegger dice que existe un poeta que ha experimentado la penuria
del tiempo, y este es Rainer María Rilke. Pero los tiempos no son solo de
penuria por el hecho que haya muerto Dios, sino más bien porque los mortales ni
siquiera conocen su propia mortalidad ni están capacitados para ello. El filósofo
aclara que los mortales todavía no son dueños de su esencia. De esta manera el
tiempo es de penuria porque le falta el desocultamiento de la esencia del
dolor, la muerte y el amor. La muerte es
el fantasma concreto de la nada para el existencialismo. Es la representación
de la nada en el ser. Para Hegel y su idealismo total la nada establece una
dialéctica con el todo. El todo es la nada y la nada es el todo. Encontramos la
relectura existencialista que plantea al ser y al tiempo (Heidegger) y al ser y
la nada (Sartre).Se vive, pero sin rumbo ni destino; y se teme a la vida porque
ella lleva inscrita la muerte que es, al final, el destino de la vida. Como no
se conoce en qué consiste ese destino, el individuo le teme. Así dice Darío:
lo
que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos
En
cuanto a una interpretación más general del poema contrapone la vida y la
muerte. Un grito de ansiedad y miedo, deseo de la muerte pero a la vez, miedo a
ella. No hay martirio más grande que estar conscientes de la vida, del sentimiento
de vivir. Podría tomarse como un poema existencialista, pero entendido dentro
de las características del movimiento literario como el asco a la vida y una
inmensa tristeza acompañada de angustia y de melancolía. Sin embargo ¿qué hace
más daño? ¿estar conscientes de la vida? o ¿esperar la muerte y no saber a
dónde vamos? Si hay algo que destaca y sobresale en esta obra específica de
Darío es el pesimismo, la desolación y la duda, expresando en cada verso de
manera responsable la tristeza y la incertidumbre de ser. Cuestionando el
sentido, el sentido metafísico del mundo. A medida que el conocimiento es más
claro el hombre es más consciente, por lo tanto, el dolor se hace evidente y la
duda aflora sin poder ser contenida. Y hasta nuestros días se mantiene ¿a dónde
vamos después de la muerte?
En Cantos
de vida y esperanza, publicada en 1905 y considerada por algunos su obra más
importante, se encuentra el poema estudiado. Finalmente, fatalidad, a la que
los griegos llamaban “fatum” es aquello que no se puede evitar; lo que el poema
muestra es la angustia del individuo ante lo desconocido de la muerte. La unión
entre el título y el cuerpo del poema, entonces, se desprende que la muerte no
se puede evitar y, conociendo eso como única verdad posible, la muerte
determina la vida y la finitud se convierte en la esencia humana. En Cantos de
vida y esperanza, sin embargo, las tendencias preciosistas del Modernismo
quedan de lado –aunque no desaparecen completamente- para dar paso a planos
sociales, filosóficos, históricos y más reales, lo cual provoca que se paralice
ante ese temor.
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