Blog creado especialmente para la publicación de textos escritos por alumnos en clases de Teoría Literaria I de Universidad de las Américas sede Santiago Centro durante el año 2013. Invito a los alumnos, independiente de su año de estudios o egreso y a cualquier persona que por "coincidencia" encuentre este blog, sentirse libres de opinar en este lugar del ciberespacio. Literatura es un campo amplio y ambiguo, por lo tanto, no existe opinión errada, solo algunas más acertadas que otras.

jueves, 16 de mayo de 2013

Fatalidad de la existencia

Por Daniela Pérez

¿Quién, si yo gritase. Me oiría desde los coros
de los ángeles?  Y si uno de repente me tomara
sobre su corazón: me fundiría ante su más potente
existir. Pues lo bello no es más que el comienzo
de lo terrible, que todavía soportamos
y admiramos tanto, porque, sereno, desdeña
destrozarnos, Todo ángel es terrible.
Rainer María Rilke

Los estudios literarios tienen como punto de partida la “interpretación” y análisis de las obras literarias mismas. Es por eso que el presente trabajo consta de un análisis interpretativo de “Lo fatal” de Rubén Darío, extraordinario texto que refleja la crisis existencial del hombre contemporáneo. A mi entender, la crisis del ser humano moderno, (en la época en la que vive Darío) y la de los seres  humanos postmodernos, más aún es la angustia por la intrascendencia de nuestra existencia que nos toca vivir en estos días. Si bien la “interpretación” no quiere decir que se recorte la obra literaria de su contexto cultural. Al contrario, las obras literarias no están fuera de la cultura sino que la coronan.  El crítico uruguayo Ángel Rama sugiere que la energía dinámica de la cultura es capaz de seleccionar, autónoma e intencionadamente, ciertos materiales para su reelaboración. De ahí que Rama toma el concepto de transculturación del antropólogo cubano Fernando Ortiz, autor del influyente ensayo “El contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar” (1940).
Ángel Rama en su prólogo sobre  la poesía de Rubén Darío dice: hay en su poesía una reiterada experiencia según la cual las palabras son elegidas por la analogía sonora mucho más que la semántica, lo que explica el continuo rizo de las aliteraciones, las rimas interiores, las repeticiones y redobles, esa sensación de inagotable fuente musical, tan poderosa como hasta autónoma del mismo autor arrastrado por el hedonismo sonoro, que autoriza una lectura del verso en que se disuelven los significados o al menos se disgregan sus límites precisos y se está frente a la enigmática semiótica de una orquesta cuyas posibilidades de significación parecen tan infinitas como indeterminables[1].
 Darío se ha destacado por ser uno de los propulsores del Modernismo con filo crítico, esta corriente se materializó en literatura, pintura, escultura, música, arquitectura, diseño y artes gráficas. Marcando una estética que se rebela contra los cánones del positivismo imperante. Este movimiento literario surgido a fines del siglo XIX en América Latina con influencias del simbolismo y parnasianismo francés en un contexto socio-histórico en el que la hegemonía económica inglesa pasaba a manos de Estados Unidos y donde los países latinoamericanos, cuyas ciudades se desarrollaban rápidamente, comenzaron a importar productos, a volverse cosmopolitas y parecidos a Europa o a EE.UU. Además surgió la necesidad de devolver al idioma sus virtudes originales, que aportaran mayor expresividad, en otras palabras, una vuelta a los orígenes del lenguaje. Tarea de la que se ocuparon los modernistas a través de la poesía basada en la métrica y con el uso de extranjerismos, neologismos y arcaísmos. Su preocupación fue principalmente de la forma, de esta manera recurrieron a la mitología grecorromana, y construyeron mundos palaciegos.
 Toda la cultura de la época refleja malestar e inquietud, experimentando una crisis de la conciencia de fin de siglo, Sartre ya lo decía, el escritor tiene una situación en su época; cada palabra suya repercute. Y cada silencio también. Cada época descubre un aspecto de la condición humana, en cada época el hombre decide de sí mismo frente a los demás, al amor, a la muerte, al mundo[2]. Darío ya entendía que para hacer literatura se debía respetar primero el estatuto auto-contradictorio de esta misma. La historia tiene que hacerse cargo de la verdad y la falsedad del conocimiento que la propia literatura nos entrega de sí misma. La literatura entraña una aporía.
En “Lo Fatal” además de su belleza formal, encontramos una profunda y explícita reflexión sobre lo trágico de nuestra existencia. Lo irresoluto de nuestro devenir y la consecuente angustia existencial. No dice Darío:

Dichoso el árbol, que es apenas sensitivo
y más la piedra dura porque esa ya no siente
pues no hay dolor más grande que el dolor de ser vivo,
ni mayor pesadumbre que la vida consciente.

Ante los versos de la primera estrofa no podemos darnos el lujo de ser críticos ingenuos ni perezosos. No podemos quedarnos solo con lo que dice el texto o lo que éste sopla. Ni menos buscar una correcta interpretación de su “mensaje” ya que no hay una correcta interpretación ni una idea literal que buscar, solo hay mejores interpretaciones que otras. El texto es más de lo que él mismo dice y nos da a conocer. Una crítica nueva no puede quedarse con el discurso manifiesto del texto. Debe ir hacia el reconocimiento de la sombra en la obra. En otras palabras debemos preguntarnos ¿qué NO dice la obra? La lectura atenta está consciente de la doble naturaleza del lenguaje, es decir, un discurso hacia el interior y el exterior de la obra misma. La primera  lectura es siempre superficial y no logra dilucidar esta doble naturaleza del lenguaje, ya que, va solo hacia lo referencial, lo explicito, sin embargo una lectura profunda es a lo que definitivamente hay que apuntar. Buscar ese mecanismo, a lo que Rama llamaría “bifronte”.
El lenguaje es la heideggeriana casa del ser. Esta casa es fugaz, confusa, borrosa y endeble. Pero como sea es nuestra casa y es un espacio de nuestra anagnórisis. Ya Darío dialogaba con Heidegger, aquí unos versos de “Lo fatal”:

Ser y no saber nada, y ser sin rumbo cierto,
y el temor de haber sido y un futuro terror...

La metafísica nos proporciona los ingredientes de las indagaciones de la filosofía del lenguaje y de la ciencia del lenguaje, pero existe una decadencia del lenguaje y esto es quizá solamente una consecuencia de la amenaza a la esencia del hombre, amenaza que viene de otro origen. Ella surge del olvido del ser. Cada “algo”  que se nombra es un “ente”. Entonces el ser regala primeramente al ente la posibilidad de tener una significación. En otras palabras el ser dota al ente con estas significaciones. La palabra podría, pertenecer a la verdad del ser, entonces solo podría hablarse acerca de la palabra a partir del pensar inicial del ser. Heidegger lo pensaba así: “En todo caso, en un sentido inicial, la palabra <ser> es la palabra auxiliar por  antonomasia, la medida en que primeramente auxilia al lenguaje a llegar a ser él mismo, también allí donde esta palabra inaparente se rezaga en el ocultamiento de la inicial.”
El problema del ser, es el problema principal de la ontología occidental. Los grandes filósofos casi sin excepción se han interrogado al respecto sobre esta disyuntiva. Si establecemos algunos hitos en su arqueología vamos a encontrar el aporte fundacional de Parménides (con su poema del ser: donde empieza todo), a Platón y Aristóteles, Descartes, Kant,  Hegel,  Nietzsche,  Heidegger, Camus y a Sartre que con sus reflexiones han tratado de explicarnos lo inexplicable.
Al igual que Heidegger el Haiku, pretende y busca el mismo fin que es llegar al origen de las cosas, a su esencia. Sin embargo, para adentrarnos en el ser y descubrir su esencia debemos ir al pensamiento presocrático y a la poesía. Heidegger critica y dice que a partir de  Platón se ha olvidado la verdadera pregunta del ser, lo originario y esencial, y se ha optado por el estudio del ente, lo sensible y lo mundano. Es por esto que el haiku pretende erradicar esta confusión que tanto critica Heidegger. Y una de las características de esta poesía, es que todas las cosas en ella, participan de lo espiritual de la naturaleza igualmente que las ideas del filósofo alemán.
Se debe eliminar la concepción que ya establecieron Platón y Aristóteles, en el sentido en que la verdad para ellos, no es otra cosa, que un carácter del ente, en la medida que se nos hace presente. Este tipo de pensamiento es el que se ha impuesto a lo largo de toda la historia de occidente a causa de la metafísica. No obstante, Heidegger da una repuesta a la problemática del ser y aclara que solo existe un ente que puede preguntarse por el ser y su sentido, y este no es otro que el Dasein o “ser en el mundo” El ser no es algo que acontezca más allá de los propios entes sino que necesita de éste para ser él mismo. El Dasein es un ser inaprensible, porque no pertenece a la realidad compartida y convencional,  por lo que tampoco puede ser analizado ni abordado como un Ser. El  Dasein no es un ente, sino un existente. Está restringido a cada ser humano, es decir, es individual: no hay un Dasein colectivo. Y dentro de esta individualidad, se dice que el Dasein es el  único Ser que se libera a sí mismo, porque se libera de las circunstancias para dar curso a su esencia: existir. Como el Dasein es individual, la experiencia de la muerte también es única. Aunque el individuo experimenta la pérdida de otros –la muerte de los otros- nunca es la suya, por lo tanto, no puede  aprehenderla: las experiencias de otros no le ayudan a comprender las propias, es por eso que “la muerte es siempre la propia muerte” de esta manera también lo pensaba el poeta alemán Rainer María Rilke, la vida es propia a la igual que la muerte.
A esta altura de nuestro análisis se nos presenta otro nudo crítico en el poema de Darío. Ya no es solo el olvido del ser, sino el olvido de Dios. Ya lo había adelantado Hölderlin en “Pan y vino”  De esta manera Rubén Darío también dialoga con Hölderlin, algunos versos de “Lo fatal”:

Y el espanto seguro de estar mañana muerto,
y sufrir por la vida y por la sombra y por
lo que no conocemos y apenas sospechamos

Si de algo estamos seguros es de nuestra muerte, pero también nos produce espanto porque no sabemos a dónde vamos, por  lo tanto no hay una idea del más allá. Heidegger en su obra “¿Y para qué poetas?” dice que con la venida y el sacrificio de Cristo se inaugura el fin del día de los dioses. Pero ¿dónde están los dioses? Existe un fin de la manifestación divina, el fin del día de los dioses; un olvido sagrado. Sin embargo el recuerdo  de lo ausente no termina con la huída en el pasado, ni con la ilusión de repetirlo, sino con un saber claro del presente. Como consecuencia si podemos olvidarnos de los dioses es porque ellos se han ido. Heidegger dice que existe un poeta que ha experimentado la penuria del tiempo, y este es Rainer María Rilke. Pero los tiempos no son solo de penuria por el hecho que haya muerto Dios, sino más bien porque los mortales ni siquiera conocen su propia mortalidad ni están capacitados para ello. El filósofo aclara que los mortales todavía no son dueños de su esencia. De esta manera el tiempo es de penuria porque le falta el desocultamiento de la esencia del dolor, la muerte y el amor.  La muerte es el fantasma concreto de la nada para el existencialismo. Es la representación de la nada en el ser. Para Hegel y su idealismo total la nada establece una dialéctica con el todo. El todo es la nada y la nada es el todo. Encontramos la relectura existencialista que plantea al ser y al tiempo (Heidegger) y al ser y la nada (Sartre).Se vive, pero sin rumbo ni destino; y se teme a la vida porque ella lleva inscrita la muerte que es, al final, el destino de la vida. Como no se conoce en qué consiste ese destino, el individuo le teme. Así dice  Darío:

lo que no conocemos y apenas sospechamos,
y la carne que tienta con sus frescos racimos,
y la tumba que aguarda con sus fúnebres ramos

En cuanto a una interpretación más general del poema contrapone la vida y la muerte. Un grito de ansiedad y miedo, deseo de la muerte pero a la vez, miedo a ella. No hay martirio más grande que estar conscientes de la vida, del sentimiento de vivir. Podría tomarse como un poema existencialista, pero entendido dentro de las características del movimiento literario como el asco a la vida y una inmensa tristeza acompañada de angustia y de melancolía. Sin embargo ¿qué hace más daño? ¿estar conscientes de la vida? o ¿esperar la muerte y no saber a dónde vamos? Si hay algo que destaca y sobresale en esta obra específica de Darío es el pesimismo, la desolación y la duda, expresando en cada verso de manera responsable la tristeza y la incertidumbre de ser. Cuestionando el sentido, el sentido metafísico del mundo. A medida que el conocimiento es más claro el hombre es más consciente, por lo tanto, el dolor se hace evidente y la duda aflora sin poder ser contenida. Y hasta nuestros días se mantiene ¿a dónde vamos después de la muerte?
En Cantos de vida y esperanza, publicada en 1905 y considerada por algunos su obra más importante, se encuentra el poema estudiado. Finalmente, fatalidad, a la que los griegos llamaban “fatum” es aquello que no se puede evitar; lo que el poema muestra es la angustia del individuo ante lo desconocido de la muerte. La unión entre el título y el cuerpo del poema, entonces, se desprende que la muerte no se puede evitar y, conociendo eso como única verdad posible, la muerte determina la vida y la finitud se convierte en la esencia humana. En Cantos de vida y esperanza, sin embargo, las tendencias preciosistas del Modernismo quedan de lado –aunque no desaparecen completamente- para dar paso a planos sociales, filosóficos, históricos y más reales, lo cual provoca que se paralice ante ese temor.




[1] Ángel Rama. Crítica literaria y utopía en América latina.  Editorial universidad de Antioquia, 2005
[2] Ver en ¿Qué es Literatura? Jean-Paul Sartre Editorial Losada, Buenos Aires. Página 4.

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