Por
Daniela Martínez
Al pensar en ¿Para qué
poetas en tiempos de penuria? Es inevitable preguntarse en el tiempo que
escribe Heidegger. Esta pregunta no la pude responder a ciencia cierta segura
en un primer momento, suponía que se podía deber a la dificultad de su
contexto, pero esto va más allá. Debemos comprender que la explicación de la
estabilidad del mundo ha estado basada en la existencia de Dios hasta este
momento de la historia, del mundo, hasta este tiempo. Es un tiempo de penuria
el que se deja asomar cuando vemos en el texto “Pan y vino”, cómo los dioses
han desaparecido, ya no está ni Hércules, Dionisio y menos aún Cristo. Tratemos
de pensar qué pasaría si lo que ha sostenido la historia, el origen del mundo y
la respuesta a que con la muerte se termina toda nuestra existencia
desapareciera. Sé que tal vez esto en la actualidad no produzca nada, pero hay
huidas que han generado grandes cambios, y ahora son los dioses quienes nos
abandonaron. Un elemento importante de destacar es que el autor no nos pregunta
por qué poetas en tiempos de penuria sino para qué, esto inmediatamente nos
remite a una finalidad y a mi parecer es la inauguración del mundo. Heidegger
propone en este tiempo de penuria un elemento que si bien oculta las señales de
los dioses es el único espacio en el cual estas pueden existir. Este espacio es
la oscuridad, es el ambiente en el cual los dioses entregarían señales divinas
a los poetas, cuya labor es poder interpretarlas, para así hacer llegar este conocimiento
al resto de la humanidad, son los encargados de inaugurar el mundo, este mundo
que ya no tiene dioses.
Por ello, el tiempo de
penuria se debe a la falta del desocultamiento de la esencia del dolor, la
muerte y el amor. Heidegger relaciona la huida de los dioses con la perdida de
la esperanza que tenemos de alcanzar lo que deseamos, la idea de tener una vida
más allá de la muerte o una justificación de ella y finalmente, la ausencia de
amor, porque Dios es amor, sin su presencia perdemos la posibilidad de alcanzar
plenamente ese amor. Esta reflexión es lo que posibilita el acercamiento de
Heidegger a la obra de Hölderlin ya
que ambos piensan en la finitud de la vida y en este tema como un tiempo
incierto, con un dejo de congoja, con una resignación evidente a asumir esta
realidad por completo. La penuria está compuesta por un ámbito esencial que
contiene dolor, muerte y amor, pero esto está oculto bajo el ámbito de esa
pertenencia que es el abismo del ser. El poeta sin embargo, no huye de ese abismo
sino que deja huellas que lo lleven a él, esas huellas son las palabras que
solo se pueden comprender si vamos al origen desde donde han sido dichas. De
esta idea se desprende que la poesía ya no puede ser concebida como una
automeditación poética sino como una forma de pensar, pero esta forma está
reservada para el hombre. Por ellos, podemos comparar el ser-hombre con el ser de
todos los otros seres vivos a quienes Heidegger llamará criaturas. Para poder
ver la diferencia es importante ver en qué son semejantes, debido a ello,
diremos que son semejantes en la medida en que comparten el mismo fundamento
que es la naturaleza como plena naturaleza. Una forma de clarificar esto es
mediante una cita que hace el autor, a quien menciona es a Leibniz quien usa la
palabra “natura” en su sentido más
amplio y en este caso significa el ser de lo ente. Esto sin embargo, no nos
deja en claro a qué correspondería ese ser, pero a continuación nos dice que el
ser de lo ente es la voluntad, ya que todo ente está en la voluntad. En otras
palabras un ser de lo ente es voluntad siempre y cuando es algo querido que a
su vez lo quiere ser. Sin embargo, no debemos entender a la naturaleza como
oposición al arte sino como el fundamento para la historia, el arte y la
naturaleza que se concibe bajo un sentido restringido. La naturaleza, la vida,
nombran aquí al ser en el sentido de lo ente en su totalidad. No obstante,
¿cómo algo muerto puede ser? Esta pregunta que no es fácil de responder, ya que
nos remite a que el ser que fundamenta lo ente lo desata y abandona en el
riesgo, es lo que denominaremos auténtico riesgo, por ello diremos que todo
ente es arriesgado, ya que el ser es riesgo por excelencia. El ser de lo ente
es el riesgo. El riesgo reside en la voluntad, pero esta voluntad concebida
como contrapartida a la voluntad en cuanto a ser de lo ente. Los animales y las
criaturas se diferencian no solo en cuanto a su ser sino que también de
diferente forma están desprotegidos o arrojados al abismo. Sin embargo, el
riesgo no debe ser completo, en este caso, no se puede estar no protegido
porque si lo estuvieran estarían abandonados y eso sería igual que no
arriesgados y en todos los casos hay un nivel de riesgo, riesgo concebido como
el fundamento que arriesga y lo arriesgado en la totalidad. Esto permite
comprender esta idea bajo la imagen de una balanza, palabra que hasta la Edad
Media significaba peligro. Entonces debemos comprender que lo arriesgado marcha
junto al riesgo y este juego se sostiene bajo la idea de gravedad o inaudito
centro como lo llama Rilke, cuya función es mantener las cosas unidas y
agrupadas en el juego del riesgo. Este medio inaudito o centro es concebido
como un eterno contrincante en el juego universal del ser. En la medida en que
el riesgo arroja a lo arriesgado, también lo mantiene en la balanza. Debemos
entender que no es lo mismo que la gravitación pero para efectos de poder
comprender de mejor forma esta idea, es bueno entender como fuente de atracción
similar a la gravitacional al riesgo, primero el riesgo arroja a lo arriesgado,
pero al mismo tiempo lo mantiene en la balanza. Esta atracción que atañe a todo
ente y lo mantiene dentro de ella es la percepción por excelencia, cuya
definición no puede ser restringida sino que se debe concebir todo esto al
mismo tiempo bajo un mismo término: la gravedad de las fuerzas puras, el centro
inaudito, la pura percepción, la completa percepción, la plena naturaleza, la
vida y el riesgo.
La diferencia entre las
plantas, los animales y el hombre es que los primeros están incluidos en la
concepción de mundo, o sea, están en el mundo, en tanto el hombre está frente
al mundo. Debemos entender que lo incluido en lo abierto es atraído hacia el
centro de la atracción y que ese centro es oscuro, pero oscuro entendido como sordo,
este yace en la profundidad de la naturaleza, pero al mismo tiempo la
naturaleza es su soporte. Todo ese conjunto de conceptos se debe considerar
fuera de esta sorda oscuridad de la percepción ilimitada, pero esto solo se
produce si existe una autoimposición que delimite u obligue al humano a que
todo entre en su concepción de mundo y no que pase por alto su existencia. Esto
permitirá a su vez que el humano con esta autoimposición, proceso que nace de
la esencia oculta de la técnica, genere de forma intencional o con el fin de un
mandato humano sus intereses.
Para comprender la
importancia de la técnica nos situaremos en la Edad Moderna, ya que con su
surgimiento es que la ciencia moderna y el Estado, agentes que son resultados
de la esencia de la técnica, pero al mismos tiempo son su consecuencia permiten
su existencia. La existencia de la técnica sin embargo, es la muerte de todo lo
vivo, para llevarla a cabo es necesario estandarizar elementos que no son
cuantificables, lo observable se denominará como objeto y el observador como
sujeto. Sin embargo, el hombre no fue capaz de advertir que la técnica superó
su existencia y ya no es el hombre quien la domina sino que ella domina nuestra
existencia. Nos hemos convertido en el objeto, en los funcionarios de la
técnica, no somos quienes la manejamos sino que trabajamos en función de ella y
por lo mismo justificamos su existencia. Cuando llegamos a este punto es
imposible no pensar que los tiempos de penuria no pasaron, los tiempos de
penuria son y serán y los poetas tienen la finalidad de salvarnos aunque
ilógicamente deberán protegernos de nosotros mismos.
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